El tema que trataremos en el artículo de hoy consiste en analizar si vivimos de apariencias, es decir, si vivimos fundamentados en nuestro ser genuino o en la simulación. Este es un tema que recorre varios aspectos del libro “De víctima a protagonista” y que se trata mayormente a lo largo de todo el mismo, siendo que la postura de la víctima es una postura que lleva hacia aspectos más alejados del desarrollo genuino del ser humano. En cambio, el protagonista es aquella persona que se centra y se ama a sí mismo y desde ahí es motor del desarrollo de su persona.
Hoy quiero hablar de un tema que es muy común entre las personas: hablamos del simular o del vivir de apariencias con la finalidad ser amados o queridos. Es fundamental entender que ser amado, aceptado o querido es una necesidad fundamental en el ser humano, y hasta tal punto es fundamental, que a veces desarrollamos estrategias mediante las cuales dejamos de lado lo que en verdad somos para pasar a simular ser otra cosa con la finalidad de que nos quieran, nos acepten o nos amen. Eso no es precisamente pensar en grande.
El problema es que eso no es una buena estrategia y por eso me quiero referir a una frase de André Guide:
“Si no advertimos con más frecuencia la presencia de la felicidad, se debe a que ella se nos presenta con una apariencia distinta de la que esperábamos”
La persona que simula para que lo quieran o para que lo acepten, a desarrollado un vicio a través del cual logra ser amada o aceptada por algo que no es en sí misma, porque está simulando. Eso significa que ese amor o aceptación en el fondo es falso. Para eso es preferible ser odiado por lo que somos, porque si nos aman por lo que no somos, estamos viviendo en una fantasía terrible. Lograremos un éxito que no tendrá ningún valor.
Dejar de vivir de apariencias
¿De dónde viene el hábito que tenemos las personas de ser o aparentar ser lo que el otro quiere que seamos para que nos quiera o nos acepte? Bueno, muchas veces esto proviene de la crianza que hemos recibido de nuestros padres. Usualmente los padres, no todos por supuesto, en lugar de tratar de descubrir quién es y quién puede ser el hijo que tienen, y ayudarlo a que eso se desarrolle, tratan de imponerle, sin tener en consideración quién es, lo que el padre o la madre quieren que sea. Esa imposición genera una tensión adentro de las personas, de los chicos o de los adolescentes.
Los padres tienen a veces actitudes que son ciertamente perversas y hacen. Dichas actitudes muchas veces intentan que los niños o adolescentes aprendan a actuar el rol que los padres quieren para recibir su amor y cariño.
Es muy raro que un padre le diga a su hijo que puede ser lo que en verdad quiera o que lo oriente a que sea lo que está llamados a ser en función de sus vocaciones y aptitudes personales, independientemente de lo que el padre quiera.
Es muy difícil que el padre o la madre no proyecten sobre sus hijos sus propios deseos y frustraciones, y respeten lo que naturalmente surge del chico. Esa tensión que se produce allí genera un hábito que a veces se mantiene a lo largo de toda la vida, hábito por el cual se aprende que para ser merecedores de cariño y amor, han de mostrarse personajes falsos, simulados, que no somos en verdad nosotros mismos. Son las máscaras que las personas usan socialmente. Esto a veces se advierte en esas personas, que a veces somos nosotros mismos, que nos comportamos o tenemos diversas caras depende con quien estamos. Todo eso habla de juegos de simulación para caer bien en determinados círculos, para que nos tengan aprecio y para que seamos amados o aceptado en los mismos.
El querer genuino se debe fundamentar en la aceptación de lo que somos
El problema de esto es que, como adultos, son actitudes que tenemos que dejar de realizar porque, como dice el autor de la frase, aunque nos quieran, nos estarán queriendo por algo que no somos, por una fantasía, por una máscara que nos pusimos. De este modo, ese querer no tiene ningún sentido. Que una persona adulta viva comprando quereres a través del uso de una máscara que se coloca no tiene ningún sentido porque en realidad no lo quieren a él, quieren al personaje montado y no a la persona que él es en realidad. Esto no implica tampoco una justificación de los defectos personales porque muchas personas dicen: «Bueno yo soy así, el que me quiere bien y el que no me quiere también».
Estas ideas no implican orientarlo en el camino de una justificación superficial de sus defectos. El mostrarse como uno en verdad es implica también el camino de desarrollo de lo que uno puede llegar a ser. El ser odiados por lo que somos es un camino de crecimiento y desarrollo personal y no un camino de estancamiento en los defectos, donde uno se agarra de eso para decir que es de determinado modo, y así como es, se lo tiene que querer. Lo que estamos diciendo es que no tiene sentido montar simulaciones, personajes para ser apreciados en determinados círculos o con determinadas personas, porque si esas personas nos aprecian o nos quieren, es al personaje y no a nosotros a quien quieren.
El camino para ser genuinos
Si los que nos quieren solo quieren al personaje que hemos montado, en el fondo estamos peor que al principio, porque la verdad es que a nosotros no nos quieren. ¿Cuándo habrá de salir al mundo el que yo en verdad soy?
Nuestro rostro real ha de ir saliendo y mostrándose en función de lo que en verdad somos y de lo que vamos haciendo de nosotros mismos a través de nuestro camino de desarrollo personal y a través de la vida. Y así empezaré a mostrarme verdaderamente, así veré quien me quiere y quien no, y esa será la realidad. Hay una realidad que los adultos tenemos que comprender: No a todas las personas le vamos a caer bien, no todas las personas nos van a querer, pero si nos quieren, que nos quieran por lo que somos y no por un personaje que hemos montado porque eso no tiene ningún valor genuino.
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